Rabia que todo lo impregna cuando los ojos suyos lloran y lloran. Rabia que se contagia de rabia cuando la injusticia se hace presente y hasta la soledad te abandona. Rabia que es lejanía cuando a tu vera no sientes rabia. Rabia que es sinrazón cuando, cautiva, tu alma clama PIEDAD.

Tan sólo dos personas nos decidimos aquella tarde a pasar por taquilla para hacernos con alguna localidad escorada en la sesión más temprana de la sala número uno de los cines más céntricos de la ciudad. Inexplicablemente, al menos a ojos mios, acabamos sentados el uno no muy lejos del otro, más bien diría próximos. Son esas cosas raras que tiene la raza humana.

 

Sería falso afirmar que las nuestras fueran las dos butacas que mejor acústica tenían, ni las que proporcionaban una visión de la pantalla más certera, ni las que mejor habían soportado el inevitable paso del tiempo. Como no conozco sus razones para escoger el que fue su sitio, me reservo yo las mías para haber escogido el de delante.

Lo que sí me atrevería a decir, a tenor del rostro desencajado que mostraba al acabar la película, es que la cinta del director ecuatoriano Sebastián Cordero le despertó a mi compañera de sesión el mismo tipo de sentimientos que a mi.

Y es que la historia no es fácil de digerir.

Cuenta la película la huida hacia adelante de Jose María y Rosa, una pareja de emigrantes sudamericanos afincados en nuestro país que viven con pasión los primeros compases de su recién estrenada relación. Un desafortunado incidente en la vida de él marcará el punto de inflexión en la relación que ambos mantienen y azotará de manera inimaginable su intensa vida hasta ese momento en común. Él vive en cautiverio y su sombra es demasiado extensa.

Y la interpretación de ambos, colosal.

Como no podía ser de otro modo, el siempre acertado festival de cine español de Málaga supo reconocer la bendita osadía de su director al reinventar un género, el del drama romántico, y hacerlo con buen tino, enfatizando, más si cabe, la quimera de la pasión a través del drama.

 

El director rueda el romanticismo dando un giro de tuerca nunca antes visto al género, por eso es más que merecida la Biznaga de oro del festival.
Rodó la pasión con tensión, la tensión con pasión y el drama humano con arrojo e insolencia.

 

Bendito descaro.