Sentimos el vértigo que se esconde tras el desamparo cuando nos vemos obligados a asomarnos al abismo que intuimos tras la toma de una decisión trascendental. Son decisiones estas que lastiman siempre el alma, que incluso la pueden llegar a herir de muerte, pero que las tomamos con firmeza si la que manda es nuestra conciencia, una losa con la que resulta difícil convivir. Y es que cuando la que gobierna es la razón, los sentimientos padecen y penan.

 

Es por eso por lo que si en nuestra cotidianeidad no hay hueco para el maravilloso imprevisto que esconde la complicidad, nuestra vida se torna pálida y gris.

 

La película que con buen tino ha dirigido la gran cortometrajista Juana Macías, muestra en esencia el sentir de quien se siente en esa tesitura, la de tomar una decisión con la que poner punto y final a la cautela promisoria que marca el día a día, al abatimiento en vida, al sueño en horas de vigilia, o bien seguir de un sitio para otro como alma en pena tras mil puntos y seguidos.

 

Podemos disfrutar en la película de Juana de la historia de cuatro mujeres que deben, aunque bajo circunstancias distintas, acertar con la decisión de apostar por el rumbo que seguro marcará la incertidumbre o bien marchitarse tras la claudicación de un porvenir ya escrito. Ni más ni menos. Porque el resto de la cinta es azar, prometedoras cantinelas de futuro abrasadas por un pasado demasiado reciente.

 

Al igual que hiciera en sus anteriores cortometrajes, al menos los que más aplausos recogieron (Siete cafés por semana o Frozen Souls), Macías rueda en plano y sin sobresaltos historias nada lineales, que inquietan a la vez que sosiegan, que abaten y resucitan, lo que vendría a ser la viva imagen de un luto descocado.

 

Por eso dio la campanada en el último festival de cine español de Málaga y fue galardonada con la Biznaga de plata a la mejor dirección, el premio al mejor guión novel y a la mejor interpretación femenina de reparto para la actriz Aura Garrido.

 

Y no sin merecimiento.