Dir. Catherine Corsini

No vemos cercano el día en el que una segunda oportunidad quiebre la quietud de nuestra cotidianidad y nos haga de nuevo libres, de nuevo vivos, nos reconforte con la paz de nuestra vetada autoestima. No conseguimos alcanzar la virtud nada más que en fingidas ocasiones y nos lamentamos por ello a deshoras.
Constantemente pensamos que en nuestra mano se encuentra la dicha de alterar ese ritmo inerte, de dar un golpe de timón que arremeta contra el destino escrito y convierta broncas consonantes en preciosas vocales de sonoridad añeja, el aliño del pobre.

Y nos confundimos.

Porque quien en realidad pone el grito, aunque no sea en cielo alguno, en luchar contra la corriente adversa, aunque consternado por el esfuerzo de quien arroya molinos, se siente felizmente reconfortado y satisfecho por ese punto que ahora es seguido, porque la venda no cubre ya ojo alguno y sin ella se llega a divisar un horizonte esperanzador. Y eso lo cuenta con bastante acierto la directora francesa en su nueva película.

En ella, Suzanne (Kristin Scott Thomas) es una mujer anestesiada por la vida que en desgracia le ha tocado vivir, con la suerte que para ella nunca reclamó y que como una losa lleva a sus espaldas. Una mujer rodeada de todo y de nada a la vez. El contrapunto lo pone, esta vez con gran acierto (el que no tuvo al escoger participar en la última película de la Coixet), Sergi López, un albañil ex-convicto cuya vida alimenta a base de sueños y carnales pasiones. Su unión es pura pasión y la pasión de ambos, que sus vidas permanezcan unidas para siempre.

Hay que decir que ambas interpretaciones son más que reseñables cuando por separado muestran la más metódica de las convicciones, pero no alcanzan ese cenit cuando comparten plano secuencia, dilapidando con ello el acercamiento que el espectador ya exigía.

Aunque la apuesta de la directora es decidida, vale más respirar y contar.

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