Es cierto que me estremezco cuando, sin esperarlo, escucho la sintonía que da paso a la sección semanal que el gran Vicente Romero tiene en el programa Asuntos Propios de radio nacional. Quizá sea una especie de mecanismo de defensa que mi propio cuerpo despliega ante lo que advierte será una agresión a la conciencia que sabe adormecida.

Me quedo con que, al menos esa vez por semana, ese despertar impío estimula la vigilia de mi alma cuasi anestesiada. Y es que Vicente grita lo que nadie se atreve siquiera a mascullar.

Esta semana se hacía eco de una horrible noticia que había conmocionado a la opinión pública argentina acerca de la muerte de catorce niños (la mayoría bebés) a consecuencia de ensayos clínicos llevados a cabo por la farmacéutica Glaxo en el desarrollo de uno de sus medicamentos. Y es que la corte suprema de aquel país ha sentenciado que las autorizaciones obtenidas para realizar tales ensayos con los niños eran del todo ilegales al provenir, en muchos de los casos, de padres menores de edad, de personas incapacitadas mentalmente o incluso de personas analfabetas que desconocían a todas luces lo que estaban firmando. Son argucias condenables bajo cualquier circunstancia pero que, llevadas a cabo en las zonas más deprimidas de las ciudades más pobres, se tornan inhumanas y despiadadas. Para nosotros, potenciales consumidores de productos creados al amparo de tales prácticas, son bofetadas de realidad que debieran hacernos reflexionar.

De la misma manera en que a veces el cine lo consigue.

Y buen ejemplo de ello son las películas del director iraní Asghar Farhadi. En su nueva película “Nader y Simin: una separación“, el director de Fireworks Wednesday, nos presenta a pie de calle y sin ningún tipo de concesiones la realidad de una sociedad aleccionada en el arraigo a sus principios, a creencias nada heterodoxas ni disfunciones de lo terrenal que pudieran sembrar en algún momento la duda sobre el sometimiento a la justa verdad. Son las líneas maestras que el Corán recoge para una conducta humana apropiada y una sociedad justa. Quizás el preludio del juicio final en tierra.

Nader y Simin cuenta la historia de un joven matrimonio iraní que, tras la imposibilidad por problemas familiares de abandonar el país en busca de un futuro mejor para su hija, decide terminar con su matrimonio y continuar con sus vidas de manera independiente.

Es a partir de ese momento cuando ambos deberán afrontar en solitario la difícil tarea de desenvolverse no sin dificultad en el día a día de una sociedad tan marchitada y estigmatizada como la de la antigua república persa. Él, cuidando de su padre enfermo y de la hija de ambos, ella viviendo de nuevo con sus padres.  

Toma el pulso como nadie lo había hecho antes (justo reconocer también a Kiarostami) el director y guionista iraní de una sociedad confesional que vive por y para la honestidad que promulga su ideología y que tiene en los tribunales públicos un evocador reflejo de la ecuanimidad y rectitud más visceral y que como órgano garante de la paz social debe preservar esa equidad, tarea nada fácil en una sociedad donde dos tercios de la población son menores de veinticinco años.

Es pues esta una cinta de gran calado social, que nace para vertebrar la imagen que desde nuestro prisma occidental podamos tener de lo que allí a diario acontece y que termina por sumirnos en un estado de ansiedad poco o nada saludable.

Supongo que fue ese rigor el que hizo que aplaudieran como pocas veces antes la película en el último festival de cine de Berlín y galardonaran la cinta con el oso de oro del festival y a sus dos actores principales con los osos de plata al mejor actor y actriz.

Una suerte de película que no dejará a nadie indiferente.
Página web oficial (En español):

http://www.golem.es/naderysiminunaseparacion/ 

 

P.D. Siempre mejor en V.O.