Dir. Abbas Kiarostami

 

Me topé hace pocas semanas, en el semanal de un conocido periódico de tirada nacional, con un reportaje que me llamó sobremanera la atención. Daban a conocer el caso de una mujer que, por una extraña enfermedad degenerativa, no sentía temor alguno por nada ni por nadie. Como es inevitable no hacerlo, me puse por un momento en su pellejo y por unos instantes me proyecté a mi mismo rodeado de aquellas cosas que mayor pánico me suscitan. Así, de repente, me vi rodeado de arañas peludas, perros salchicha y guardias civiles con tricornio. Por suerte, la enfermedad que yo padezco se sobrelleva fácilmente con pequeñas dosis de buen cine.

 

Buen cine como el que siempre nos regala el gran director iraní Abbas Kiarostami, un realizador que rueda siempre con meticulosidad y elegancia secuencias siempre interminables con un acierto igual de longevo.

 

Cuando pensábamos que habíamos visto lo mejor de este genial director en sus anteriores cintas (Y la vida continua 1991, el sabor de las cerezas 1997, el viento nos llevará 1999) y que iba a ser difícil siquiera mantenerse cerca del listón alcanzado, llega ahora con su última película, Copia Certificada, para poner patas arriba el existencialismo emocional y el delirio que esconde el romance más pasional.

 

Son tintes de obra maestra.

 

La película refleja con una fantástica osadía las distintas etapas en la relación de una pareja ya adulta. Con unos diálogos que ensimisman a quien se involucra en el descaro de ellos dos, Kiarostami logra impregnar toda la cinta de una inusual sinceridad que acuchilla y hiere. Se muestran descarnadamente y en primer plano las heridas aún presentes como causa de los sentimientos que ambos padecen, las cautelas que embriagan su afecto, el devenir hecho presente.

 

Dicen y escuchan, y cruzan furtivas sus miradas.

 

Es el fiel reflejo de la necesidad de ahondar en las penas de la desertificación emocional, para no dejarlas nunca a un lado, para conquistar desde la desmesura la más que ansiada paz interior.

 

Y a eso juegan Elle y James.

 

Supongo que habrá quien piense que contando en el reparto con un talento como el de Juliette Binoche, no es demasiado meritorio llevar por buen camino esta historia sin igual. El mérito en estos casos del director es no enajenar al espectador con imposturas, y mantenerse acertada y comedidamente al margen. Y eso es algo que supieron apreciar en Valladolid, donde otorgaron a la cinta la espiga de oro del festival. Y hasta Cannes se postró a los pies de la gran actriz francesa, inconmensurable de principio a fin, otorgándole el merecido galardón a la mejor actriz.

 

Y no puedo más que alegrarme.